La fotografía tiene un lugar muy especial dentro de las artes visuales. Tiene un lenguaje único que mezcla perfectamente la intención del autor con la técnica y la tecnología de la cámara. Esto hace que el equilibrio entre estos tres aspectos sea muy difícil de lograr. Sin embargo, existe otro aspecto que suele pasarse por alto: los colores y el gesto, que son propios de las pinturas, los cuadros y su lenguaje.
Cuando hablamos de cuadros, nos referimos a cualquier imagen que pueda encuadrarse y colgarse en una pared. Es así como una fotografía puede convertirse en un cuadro excelente, sin ser una pintura al óleo o algo similar. Para esto, debe contar con un buen lenguaje y una imagen bien encuadrada. Es decir, requiere de un buen manejo de la luz, la sombra, las texturas y el lenguaje metafórico.
Toda fotografía cuenta una historia. Más allá de ser un fragmento de realidad, una fotografía puede significar algo más: una idea, un concepto, un discurso y hasta una crítica. Aún así, si no hay técnica fotográfica, el resultado puede ser mediocre.
Para que una fotografía se convierta en un cuadro, debe adoptar la forma de este. Es decir, debe estar enmarcada y colgarse en la pared. Esto es sencillo. Únicamente es necesario acudir a un experto artesano que haga este trabajo a la perfección. Sin embargo, lo difícil radica en elegir el marco perfecto para la fotografía.
Una opción muy recomendable es utilizar un paspartú, es decir, un borde blanco al interior del cuadro que separe la imagen del borde. Por fuera, un marco negro siempre es elegante y fino. De este modo, no se entorpece la visión de lo que ocurre al interior. Esta es la mejor manera de convertir una fotografía en un cuadro.